dimecres, 18 de maig del 2016

Saliendo de Mongolia



Salí del pueblo chamuscado encomendándome a todos los demonios habidos y por haber. Solo tenía pensamientos de venganza y odio dirigidos hacia aquella gente para los que yo sobraba y especialmente para la pareja que transportaba a Jordi y a su moto por no haber hecho nada para solucionarlo.
Anochecía. Si las calles del pueblo eran de arena, la pista que tomé dirección hacia la nada era un auténtico arenal. Intenté situarme sobre el track marcado en mi gps pero sólo conseguí rodar paralelo a él a unos cientos de metros.
En pocos minutos me encontré en medio de ninguna parte, a oscuras, medio bloqueado por la arena, muy cansado físicamente después de un día entero de rodar sobre pistas y sobretodo, MUY CABREADO.
La dificultad de rodar sobre superficies complicadas se multiplica si además no ves dónde pisas y los faros auxiliares led que tan bien habían ido hasta el momento y que tendrán un papel protagonista más adelante, se empecinaron a calentarse en exceso y su sistema de seguridad anticalentamiento hizo bajar el rendimiento de la única ayuda que tenía para salir de ahí, convirtiéndose en dos lucecitas que apenas alumbraban.
Clavado en la arena, remando con las piernas, fui avanzando lentamente sufriendo por el excesivo uso del embrague.
A lo lejos vi las luces traseras de algún vehículo. Parecía parado en mi camino a varios cientos de metros. Tampoco tenía demasiadas ganas de encontrarme a nadie, a oscuras, en medio de la nada y con serios problemas para circular prefería estar solo, por si acaso.
Me fui acercando hasta que llegué a pocos metros para comprobar ante mi sorpresa que era la furgotaxi de Jordi!! Me esperaban Jordi y el conductor de pie al lado de la furgo. Tuve un ataque de ira en contra del mongol pero Jordi rápidamente me explicó lo sucedido y que no tenían la culpa de que me hubiera tenido que ir, al contrario, ellos también se fueron ante la trifulca y estuvieron buscándome.
Aún hoy no sabemos qué és lo que paso en aquel supermercado y con aquella gente, que en principio nos tenían que acoger una noche pero que acabó como el Rosario de la Aurora. Jordi me explicó que cuando yo me fui, subió el tono de la discusión hasta que nuestros chóferes decidieron irse y acabaron salieron a gritos de ahí.
Seguí la furgo varios kilómetros hasta que salimos de la pista principal y paramos en medio de un prado. Ni ellos se vieron capaces de llegar hasta donde me habían enviado mi para dormir a cubierto. Me hicieron aparcar la moto justo a tocar el morro de la furgo, íbamos a dormir allí mismo.  Me cedieron el asiento del conductor, Jordi durmió en el asiento del copiloto y la pareja se acomodó como pudo en la parte de atrás entre bolsas, cascos, paquetes y la moto. Habia sido un día duro con un final para acordarse mucho tiempo. A través del cristal disfrutamos del espectacular cielo estrellado y entre ronquidos y resoplidos caímos todos rendidos.
Por la mañana justo clareaba cuando nos despertamos. Teníamos compañía. Habia parado a nuestro lado otra furgo muy parecida y sus ocupantes paseaban y observaban curiosos la BMW.

 

Era el hijo de la pareja que llevaban a Jordi. También era taxista y curiosamente nos habia encontrado allí. Salimos y nos presentaron. Parecía que ya sabían de lo sucedido. Mientras recogíamos para emprender la marcha, una garrafa de leche de camella que transportaban dentro de la furgo se abrió y Jordi tendrá el olor a agrio en su casco para siempre porque casi toda le fue a parar dentro del casco. La leche que quedó se la bebieron churrupando los vasos con delirio. Me ofrecieron un vaso y como nunca digo que no a estas pruebas me tuve que beber como pude el yogurt lechoso agrio de camella. Demasiado fuerte para mi gusto y temí de una reacción explosiva en mi estómago que aborté con sobredosis de Fortasec.
Junto con la moto, trasportaban paquetería varia. Más tarde nos daríamos cuenta que también trasportaban una especie de tacos de grasa animal de los que todavía hoy Jordi encuentra restos pegados en la moto.
Circulábamos sobre el track de mi así que aunque íbamos juntos yo circulaba adelantado para evitar polvaredas.
Un par de horas más tarde, paramos en una casita donde habia un camión fuera aparcado. Todo pintaba que parábamos a desayunar. Tenía dos habitaciones rectangulares. Una con mesas y sillas en el centro para comer y camas en los laterales. La otra era la de los propietarios con una cocina, y una zona habitable. Aquel hostal era el que yo tenía que haber encontrado por la noche. De pasar por allí seguro que no hubiera parado. Desde el exterior es imposible saber qué es y menos de noche sin ningún tipo de iluminación.


Nos preguntaron si comeríamos y me apunté a lo que todos pedían. Parecía que había una sola opción. Jordi no pudo ni desayunar. Se encontraba fatal. Entre la ciática y haber dormido sin poder estirar las piernas, el dolor en el pecho del posible esguince de costillas y los dedos del pié que ya habían cambiado a color azul oscuro y aumentado su volumen al doble, Jordi sólo quería ibuprofenos, paracetamol y tranquilidad.
Nos prepararon unas empanadillas de carne, cocidas al vapor buenísimas.
La única manera de cocinar y calentarse en las casas es quemando excrementos secos de los animales que pastan por la zona. No hay otro combustible posible.
Acabamos el desayuno bebiendo leche de camella otra vez, poniendo a prueba de nuevo mi regularidad estomacal.
Teníamos por delante unos 350Kms de pistas cada vez más montañosas hasta la frontera con Rusia y queríamos pasarla antes de las 18h, hora en la que los funcionarios de la aduana cierran ventanillas.
Durante gran parte del día circulé solo resiguiendo el track del gps.

Cruzando un puerto, encontré el paso superior bloqueado por la nieve. Estuve estudiando la manera de superarlo mucho rato, esperando que llegaran las dos furgonetas y que entre todos nos las ingeniaríamos para cruzar la lengua de hielo que impedía el paso.
Desde donde estaba tenía una impresionante vista de todo el valle. Al fondo había un enorme lago helado que antes de ascender hasta aquí tuve que rodear hasta encontrar un paso que me permitiera cruzarlo. La pista que ascendía hasta aquí desaparecía a tramos en los que tenias que ir monte a través hasta volver a encontrar una rodada. Las furgos no aparecieron y de hecho ya no las volví a ver hasta la frontera Rusa. Ellos tomaron alguna otra ruta para atravesar las montañas que mi track quería que visitara.
Barajé opciones para cruzar pero en todas ellas corría el riesgo de que la moto me patinase sobre el hielo y, o me quedara bloqueado o me fuera montaña abajo. Demasiado riesgo.
Finalmente, después de consultar el mapa de papel (imprescindible) sin encontrar ninguna pista marcada  decidí descender hasta el lago y buscar solución desde allí. Bajé monte a través cortando las vueltas y vueltas que daba la pista.
Impensable recorrer Mongolia con neumáticos de los que en casa llamamos mixtos (p.ej.Tourance), la opción Metzeler Karoo3 creo fue acertadísima y tuve ocasión de acordarme de ello cuando al llegar al lago otra vez, me metí en una zona embarrada y muy blanda de la que no sin esfuerzo pude atravesar gracias a no perder tracción.
Durante la bajada me encontré con un niño que llevaba un saco a cuestas y me acerqué a él. Estaba recogiendo ‘combustible’ (cacas de ganado secas). Le pregunté con signos cómo salir del valle dirección norte y indicó con el dedo resiguiendo por dónde podría pasar.
Me estaba separando kilómetros del track ‘seguro’ pero estaba disfrutando de mi etapa de navegación y aventura. Tenia que salir campo a través del valle o retroceder hasta encontrar la pista que las furgos debían haber tomado.

Esta es una de las sensaciones más enriquecedoras que he tenido durante el viaje. El hecho de estar sólo y tener que afrontar un problema que quizá desde casa parezca leve. Salir fuera del track me podía desplazar centenares de kms resiguiendo otro valle fuera de cualquier pista.
 

Aprendes a mantener la calma que es lo último que debes perder en situaciones donde se te pide ese poco más. Aquí en Mongolia sentí que acababa de salir del mundo 100% bajo control al que estamos acostumbrados. Ahora dependía sólo de mi mismo. No había carreteras, ni tracks de gps, ni caminos sobre el mapa, ni nadie a quien preguntar, ni coberturas de teléfono, ni nada…sólo la moto, yo y mi instinto.
Celebré internamente ser precavido y llevar 15 litros de gasolina extra, comida y todos los bártulos para ser independiente durante algunos días, la única brecha que encontré en mi análisis de la situación fue pinchar una rueda. No llevaba inflador. Pero eso no iba a suceder, verdad?